jueves, 18 de junio de 2009

Ansia de Volar





Al ver esta fotografía de Jazmín y Aladino para una película e Disney, hecha por la famosa Annie Leibovitz se me viene no solo a la mente sino a todo el cuerpo las ganas que tenía de chica de poder volar.
Ahora mismo, de solo pensarlo mi cuerpo se tira un poco hacia adelante como acomodándose, y los brazos quieren lanzarse hacia adelante y el pie dar un pequeño impulso separándome del suelo para estar ahí, elevada, flotando, mirando el mundo desde una distancia que me permita gozar de soledad y dicha entre los vientos que me llevan al país de Nunca Jamás.
Volaban nuestros héroes de la infancia, Peter Pan y Campanita lo hacían hacia la isla de los niños perdidos. (Yo tenía un disco que ponía una y otra vez para meterme en esa bella historia y ser una más de aquel grupo que atravesaba los aires invadidos de levedad.)
Volaba Superman, ese sí que lo hacía a una velocidad supersónica y con su mirada capaz de cruzar enormes distancias velaba por el bien y la justicia. Batman y Robin no me gustaban mucho, me parecía que sus aventuras eran más para hombres y había un personaje que encarnaba el mal que seguro me asustaba.

Los cuentos de las 1001 noches incluían los de Aladino. Volar en alfombra voladora era perfecto, la suavidad y protección permitían que volásemos sin hacer ningún esfuerzo, de pie o echados íbamos avanzando hacia nuestro destino.
También Ciro Paraloca amigo del Pato Donaldque podía volar impulsado por una hélice me encantaba.
Más tarde, durante el período en el que las monjas querían hacernos santas nos llevó a la idea de Levitar. Sin buenos resultados, permanecíamos de rodillas por horas con el ojo puesto en el suelo a ver si conseguíamos lo que hacían los yoguis o los santos.
Entonces para cumplir el deseo de ser picaflor , de tener alas que poder batir, ser mariposa o gaviota, sólo quedaba volar durante el sueño. Alguien me dijo que soñar con volar era un síntoma de anhelar crecer, pero para mí sólo era la posibilidad de acceder a un espacio que mi falta de alas y la gravedad que se me había impuesto al nacer, me lo impedían.


Volar fue en mí un sueño recurrente, siempre estaba rodeada de personas en el campo o en un jardín y yo les confesaba que podía volar. Ellas se burlaban de mí, no me creían y yo intentaba mover los brazos y tirarme de la pequeña colina pero caía de bruces y los demás reían. Tras varios intentos conseguía elevarme y mi satisfacción era tal que hasta ahora recuerdo la sonrisa en mi cara y mi energía que cruzaba el viento para ir más allá.
Las películas que cuentan la vida de hombres tercos que insistían en volar fabricando complicados artefactos con alas, con fuego, a pesar del normal fracaso de estos héroes precursores del avión me deslumbran. El amor al arte se extendió en Leonardo Da Vinci hasta sus dibujos de máquinas voladoras tras haber estudiado con minuciosidad las alas de las aves.






Volar en avión no es lo mismo. Ahora hay el ala delta y los paapentes a los que no he subido y a pesar de mis deseos, temo.




El mito de Icaro recrea estas ansias de volar. Volar para escapar, para perderse, para dejar de ser lo que uno es, para abandonar el laberinto y tener otra vez el mundo abierto, limpio, como para volver a escribirlo.





De la mitología griega:






Ícaro es hijo del arquitecto Dédalo, constructor del laberinto de Creta, y de una esclava. Fue encarcelado junto a él en una torre de Creta por el rey de la isla, Minos.
Dédalo consiguió escapar de su prisión, pero no podía abandonar la isla por mar, ya que el rey mantenía una estrecha vigilancia sobre todos los veleros, y no permitía que ninguno navegase sin ser cuidadosamente registrado. Dado que Minos controlaba la tierra y el mar, Dédalo se puso a trabajar para fabricar alas para él y su joven hijo Ícaro. Enlazó plumas entre sí empezando por las más pequeñas y añadiendo otras cada vez más largas, para formar así una superficie mayor. Aseguró las más grandes con hilo y las más pequeñas con cera, y le dio al conjunto la suave curvatura de las alas de un pájaro. Ícaro, su hijo, observaba a su padre y a veces corría a recoger del suelo las plumas que el viento se había llevado, y tomando cera la trabajaba con su dedos, entorpeciendo con sus juegos la labor de su padre.
Cuando al fin terminó el trabajo, Dédalo batió sus alas y se halló subiendo y suspendido en el aire. Equipó entonces a su hijo de la misma manera, y le enseñó cómo volar. Cuando ambos estuvieron preparados para volar, Dédalo advirtió a Ícaro que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la cera, ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar. Entonces padre e hijo echaron a volar.
Pasaron Samos, Delos y Lebintos, y entonces el muchacho comenzó a ascender como si quisiese llegar al paraíso. El ardiente sol ablandó la cera que mantenía unidas las plumas y éstas se despegaron. Ícaro agitó sus brazos, pero no quedaban suficientes plumas para sostenerlo en el aire y cayó al mar. Su padre lloró y lamentando amargamente sus artes, llamó a la tierra cercana al lugar del mar en el que Ícaro había caído Icaria en su memoria. Dédalo llegó sano y salvo a Sicilia bajo el cuidado del rey Cócalo, donde construyó un templo a Apolo en el que colgó sus alas como ofrenda al dios.( Wikipedia)



1 comentario:

  1. Querida Cecy:

    Se me vino a la mente leyendo el articulo sobre nuestro deseo de volar, mi sueno recurrente de chica. Yo vivia en Lince, por el colegio Maryknoll y dormida volaba y recorria toda la Avenida Arequipa y veia claramente todas las casas desde arriba, era algo placentero pero que a la vez me producia temor. Llegue a pensar que se trataba de un viaje astral y hasta ahora estoy en duda si asi lo era.

    Mil gracias por nutrirme con tantas cosas maravillosas. Tienes un mundo interior muy bello y lo reflejas plenamente en el blog.



    Paloma*Rox



    Mil gracias Roxana, besos, Ce

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