Llegamos
a una de las casas en las que habíamos vivido y salió a recibirnos una mujer
morena vestida de negro. Tuvo muchas dudas si dejarnos entrar o no, pero ante
la insistencia nuestra, explicando que queríamos recordar, llamó a su esposo y
ya con su autorización nos hizo pasar.
Mientras
recorríamos la casa pude ver lo triste que estaba la señora y le pregunté si
había perdido a alguien, —A mi único hijo, —respondió,— hace solo unos días, en
Vietnam,— y se le llenaron los ojos de lágrimas. La abracé, le dije las mejores
palabras que pude encontrar, traté de consolarla. Una vez que terminamos de ver la casa, mis
padres estaban regocijados, y nos
despedimos pensé que quien sabe la vida es tan extraña, tan indescifrable, tan
distinta a nuestra lógica, que había hecho que mi papá consiguiese un trabajo
como ingeniero en Georgia para construir una represa, que yo naciera tan lejos
de mi país, solo para que esa tarde, pudiese consolar a Maureen
que estaba tan triste, tan sola, tan necesitada de un abrazo.
ResponderEliminarQué bonito haber vuelto a tu casa en EEUU. Me gustaría hacer lo mismo. Alicia