domingo, 10 de enero de 2016

Hablando de casualidades.

Cuando ya estaba casada y tenía hijos, mis padres me invitaron a un viaje que fue muy importante para mí. Al lugar en el que había nacido y vivido mi primer año: Augusta Georgia en Estados Unidos. Querían que conociese el hospital donde había nacido, la parroquia en la que me habían bautizado y las casas en las que había vivido y por supuesto que la ciudad con esas hermosas casas blancas sureñas que me hicieron acordar a la película “Lo que el viento se llevó”.  Con el viaje podría tener en la mente algo más que un simple nombre.

Llegamos a una de las casas en las que habíamos vivido y salió a recibirnos una mujer morena vestida de negro. Tuvo muchas dudas si dejarnos entrar o no, pero ante la insistencia nuestra, explicando que queríamos recordar, llamó a su esposo y ya con su autorización nos hizo pasar.

Mientras recorríamos la casa pude ver lo triste que estaba la señora y le pregunté si había perdido a alguien, —A mi único hijo, —respondió,— hace solo unos días, en Vietnam,— y se le llenaron los ojos de lágrimas. La abracé, le dije las mejores palabras que pude encontrar, traté de consolarla.  Una vez que terminamos de ver la casa, mis padres estaban regocijados,  y nos despedimos pensé que quien sabe la vida es tan extraña, tan indescifrable, tan distinta a nuestra lógica, que había hecho que mi papá consiguiese un trabajo como ingeniero en Georgia para construir una represa, que yo naciera tan lejos de mi país, solo para que esa tarde, pudiese consolar a   Maureen  que estaba tan triste, tan sola, tan necesitada de un abrazo.




1 comentario:


  1. Qué bonito haber vuelto a tu casa en EEUU. Me gustaría hacer lo mismo. Alicia

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