viernes, 25 de abril de 2008

Deslizándose entre mis muebles











Algo ha sonado como si se hubiese caído. Es muy tarde.
A esta hora nadie puede estar deslizándose entre mis muebles.
Me asomo a la sala y consigo ver un enorme león inmóvil. Permanece impasible pero me mira prohibiendo que me acerque. Parece que sonríe.
La sala es ahora suya.
Su boca deja que asomen crueles colmillos amenazantes. Mis ojos consiguen fijarse en sus garras. Imagino que defiende un orden. Es el Emperador del mundo.
En puntas de pie, con la cabeza volteada para poder vigilar sus movimientos, voy a mi dormitorio, busco en el armario, sé que entre los disfraces está el de leona. Me lo pongo. Se ha producido la transformación. Ahora soy una leona alada y roja. Puedo acceder a sus dominios. Entro a la sala y al reconocerme se me acerca, mueve con ritmo la cola, estira la lengua y con ella toca mi boca. Mira con envidia mis alas como si entendiese que solo yo puedo volar.
Sube al sofá de tres cuerpos, y se acomoda disponiéndose a dormir.
Yo me siento en la mecedora y comienzo a mecerme sin desprenderle la mirada. Al cabo de un rato, me duermo.
Cuando despierto lo busco. En todas partes lo busco. Ha bajado las escaleras, está en la calle, camina con prisa, parece que le queda un camino largo. La sala está invadida de luz. Ce

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