martes, 8 de abril de 2008

Lucubraciones de medianoche


Buscando el tema de la aristocracia del espíritu, la computadora me envía este texto que disfruto y ahora comparto. He leído antes los cuentos de Julio Torri, escritor mexicano. El fragmento a pesar del tiempo transcurrido encierra, pienso, muchas ideas interesantes.


Lucubraciones de medianoche*
(Fragmento)
Julio Torri
Julio Torri en “Lecturas Mexicanas”, Primera Época.
Cuántos millares de parejas tenemos en nuestra ascendencia que viene desde la aparición del hombre en el planeta! ¡Cuántas casualidades han ocurrido para que cada uno de nosotros exista y en este instante se dé cuenta de que su ser reposa sobre un altísimo edificio de cartas! ¡Somos juguetes e hijos de la contingencia infinita!Como un nadador que en zambullida profunda se enredase en los tupidos yerbajos del fondo de cenagosa laguna, a ratos nuestro espíritu no puede desasirse de los ruines cuidados, diarios, para remontarse a regiones más puras de meditación.El punto antípoda de la exaltación espiritual en que somos subyugados por Dionisos es el instante de hondo aburrimiento en que se aflojan totalmente los resortes de la voluntad y pierden su interés las vagas metas hacia donde gobernamos nuestras vidas. Estos dos polos encierran la vasta gama de nuestras emociones.Los espíritus hablan a pesar del hipnotizador y del hipnotizado.El gozo irresistible de perderse, de no ser conocido, de huir.El pudor de los filántropos está en no ser tiernos.En el diálogo interior, no hay que emplear la retórica ni las grandes frases. Nada de discursos ni sermones, sino el lenguaje llano de las plazas y mercados, aún cuando esto nos vuelva un poco cínicos.A veces la sola presencia de algunas personas nos conforta y alienta. Un simple saludo, la sonrisa de un amigo por la calle, nos reaniman y nos hacen olvidar nuestros desfallecimientos.Los sueños nos crean un pasado.Abrir un diccionario, leer algo, y dibujarse en el rostro una sonrisa de orgullo satisfecho. El suave placer de ver confirmada una presunción filológica.El artista. No proponerse fines secundarios en la vida: como posición social, dinero, buen nombre entre las gentes o sus amigos, etc. Su pan y su arte (Nietzsche). El artista tiene una orientación y vive por lo tanto dentro de la moral.Las profesiones de fe y las declaraciones anticipadas e inútiles de principios son peligrosas y entorpecen y limitan la acción. La perspectiva del tiempo: ¿de qué ha servido tanto acto inhibido en provecho de una absurda unidad de criterio? El criterio mismo ¿no es una regla general que discierne nuestra pereza espiritual para resolver mecánicamente y sin mayores molestias los casos particulares análogos en la vida?La moral es a la postre un problema estético. Como “estética de las costumbres” la definió Fouillée.Los débiles, espíritus amantes de lo concreto y de lo definido: cómicos o melancólicos, pero nunca con esa indiferencia filosófica ni la tristeza profunda que producen las amplias perspectivas.Una hada le había concedido el don de abrir cualquier diccionario justamente en la página donde se hallaba la palabra buscada.Matemos al cuáquero que todos llevamos dentro.El heroísmo verdadero es el que no obtiene galardón, ni lo busca, ni lo espera; el callado, el escondido, el que con frecuencia ni sospechan los demás.Somos una planta de sol (acción); pero también de sombra (reconditez, intimidad, aislamiento propicio al perezoso giro de nuestros sueños y meditaciones).Esas hojitas secas que se adhieren a la cola del gato, y que él reparte por todos los rincones de la casa, son sus tarjetas de visita.Hay días en que todo nos es fácil: en que si buscamos algún objeto, lo hallamos, comprobando que no nos ha sido sustraído por infieles criados; en que si llaman a la puerta es para devolvernos el libro que habíamos prestado; en que si encendemos la radio está apagada la estación que solicitamos; y en el ómnibus no nos fastidia con inepcias el habitual impertinente.El profesor de literatura no debe comunicar solamente nociones generales ni aturdir a los estudiantes con fechas y títulos, sino crear en ellos el hábito de la buena lectura y suministrarles una somera guía en la selvática espesura de los libros. El objeto a mi ver es el de crear hombres cultos, una aristocracia del espíritu, que los buenos escritores nos vendrán de añadidura.Hay muchas suertes de mexicanismo: el de pulque y enchiladas; el de jícara y zarape; el mexicanismo de turistas; el de semitas recientemente nacionalizados; el mexicanismo que por auténtico no descubren los extranjeros ni emplea el énfasis de las falsificaciones (el de Fernández de Lizardi, etcétera).Uno de los peores males de las guerras es la propaganda, la asfixia espiritual de la propaganda, de cualesquier propagandas. Los diálogos socráticos lo demuestran con certeza: El que sabe hacer algo nunca acierta a explicar la finalidad última de sus actividades. El que fracasa discierne en cambio perspicazmente los principios del arte.
Los viejos estamos un poco obligados a conocer a los nuevos valores literarios, hasta los de segunda categoría; pero de ningún modo a los de la decimosexta fila.Tan pronto como un escritor nos descubre la mecánica de su pensamiento, sus hábitos mentales, sus reacciones acostumbradas y el cielo bajo de sus ideas preferidas se nos cae de las manos y de la gracia. Guárdate de descubrir tus rutinas y tus procedimientos y haz creer que la tapa de tus sesos es el espacio infinito.Obras en que el autor se pone en ellas todo entero. Obras que son sondeos por las menos exploradas regiones del alma. Obras que renuevan los símbolos y las imágenes con que traducimos nuestro pensar. Comunicación de estados de ánimo en que el espíritu se halla en descuido o en tensión, inefables. Hastío del fárrago literario y de la explicación, y de las concesiones y mutilaciones en provecho de la comunicación. Verdades oscuras y densas, impenetrables a los muchos, y que hacen florecer la fantasía de los pocos.Cuando alguien reacciona contra los que le preceden, contra los mayores, contra las modas bajo las cuales creció, algo y mucho recibe de aquello mismo que combate.Machado de Assis. El escritor no puede sino reflejar su propia vida, y así Machado de Assis nos ofrece cuadros de tintas apagadas en que las sonrisas acaban en lágrimas y en ternuras las ironías. Algo como el arte de Greuze, arte de interiores y de gracia infantil. Arte como el de Daudet y el de Coppée, de muy hondas raíces emocionales.Bajo cualquier moda se descubre el hombre de genio. No importan las condiciones de estilo y expresión que una época impone al artista creador. Si éste lo es de veras.Lo lamentable es que también pasan y se olvidan los buenos libros. Pero este desvío e injusticia es muchas veces transitorio, en tanto aparece un erudito curioso que evoque, de entre las apretadas falanges del ayer, al ingenio que no se satisfizo plenamente con las ideas de su tiempo, y que las rebasó y superó, en ocasiones sin que lo notaran sus desaprensivos contemporáneos.Cómo se deshace la fama de un autor. Se comienza por elogiarle equivocadamente, por lo que no es principal ni característico en él; se le dan a sus ideas un alcance y una interpretación que él no sospechó; se le clasifica mal; se venden sus libros, que todos exaltan sin leerlos; se le aplican calificativos vacuos: el inevitable, el estimable, el conocido, el inolvidable, etc. Poco a poco disminuyen en revistas y libros las menciones y referencias a lo suyo. Finalmente se le cubre con la caritativa sombra del olvido, ¿Resucitará?Si como a profesor de Literatura se me pidiera que señalara dos de las mejores novelas cortas mexicanas del siglo XIX me pronunciaría por “Angelina” de don Rafael Delgado y por alguna de las novelas de don Ignacio Manuel Altamirano, “Clemencia”, “La Navidad en las montañas” o “El Zarco”.En “Angelina” todo armoniza admirablemente: la delicadeza sensitiva de los protagonistas; la extrema dulzura del medio ambiente; el mal entendimiento tan propio de jóvenes de nuestras ciudades.Altamirano pinta al buen ciudadano, al bueno y al mal soldado, al salteador de caminos, al noble cura que ejercita santamente su ministerio entre la gente sencilla de un pueblecito, etc. Pero estas novelas del Maestro guerrerense tienen algo en común, que es el punto de partida: la desacertada elección que hace la heroína en cada una de ellas. La hembra que elige mal, que sufre el prestigio romántico del héroe falso, que cae en la añagaza de la apariencia, que sucumbe al exterior brillante y engañador es la causa primera de la acción de estas lindas novelas de Altamirano. Todo en ellas es consecuencia de esta atracción natural de la hembra por lo llamativo y aparente.Una buena novela no sólo ha de tener ambiente, personajes, sucesos, acción, sino que debe contener sustancialmente elementos que nos inciten a seguir viviendo, principios vitales que pongan en movimiento nuestra voluntad, que estimulen nuestro gastado querer con voliciones coercitivas que entrañen y representen un interés nuevo por la vida y por el mundo. Con ser perfectas las novelas de Flaubert hoy están cada día más olvidadas por engendrar representaciones -acaso reales, pero depresivas e infecundas. Sólo temporalmente alcanzaron gran boga siendo hoy preteridas por la valiosa “Correspondencia”, verdadero breviario del hombre de letras, como el célebre “Diario” de los goncourt. La moralidad en una novela es un elemento vital. Si se impone a nuestra atención un trozo de vida en que acaben por triunfar fuerzas perversas y siniestras no nos sentiremos llamados a una lucha que se prevé inútil finalmente. No es preciso que el desenlace sea risueño, no. No lo es, por ejemplo en “Le Pere Goriot”, obra creada como la tragedia del “Rey Lear” con la ingratitud filial femenina como tema. Y sin embargo esta obra maestra nos deleita siempre. Sin decírnoslo expresamente, Balzac nos cuenta un caso excepcional de ingratitud. En el libro percibimos su carácter de desagradecimiento insólito. No todas las hijas responden a un amor paternal con la frialdad de corazón de Anastasia y Delfina. Corroboran esta alentadora representación de la humanidad personajes como Rastignac y Bianchon, piadosos, abnegados, batalladores.Tras sus libros y papeles se hallaba el autor célebre mascullando blasfemias contra la turba de sus discípulos que con sus fáciles imitaciones habían arruinado completamente sus poesías y su fama.Hay artículos de crítica -los peores- que tienen lamentable semejanza con alegatos de abogado.X Hacía muchas explicaciones y salvedades pero en realidad no tenía nada nuevo que decir.No creo que a nada conduzca comparar épocas literarias y afirmar que el modernismo de Gutiérrez Nájera a José Juan Tablada es superior o inferior a la lírica de hoy con Octavio Paz, Novo, Villaurrutia, Gorostiza y demás. Como viejo que soy -hombre al fin del siglo XIX o del XVIII- prefiero el modernismo finisecular. Pero esta opinión mía es muy discutible. Los poetas del día se han libertado por completo de toda traba de forma, como los pintores abstraccionistas de cuanto huele a realismo, literatura, asunto, dibujo, etc. Pero tal estado, como toda moda, no es sino un momento del perpetuo devenir.No pierdas de vista tus ideas fijas. Mantente alerta porque son la puerta que da a la locura.Ley de salud mental: no sufras por cosas imaginarias.
*Pasaje encontrado en: “De fusilamientos y otras narraciones”, Lecturas Mexicanas 17, FCE-SEP, pp. 114-126, México, 1984.



Uno de sus cuentos:


Literatura

por Julio Torri
El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores.
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.

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