miércoles, 21 de diciembre de 2011

María en Navidad


María sin que nadie se lo recordase, sabía que la Navidad se acercaba. En los últimos siete meses no había hablado con nadie. El silencio, tan temido cuando estaba en libertad se había convertido en su modo de vida. A veces, en voz muy baja hablaba consigo misma, para no olvidar el sonido de las palabras. Se pasaba todo un día repitiendo como letanía el nombre de quien amaba o alguna palabra que expresase el sentimiento que la embargaba, el temor o la ilusión que la mantenía con vida. Muchas veces repetía su nombre como para confirmar su existencia, un tic que buscaba anclarla en su memoria para no enloquecer.
A veces no recordaba ni porqué estaba ahí, olvidaba las leyes que imperaban en el mundo del que venía, un mundo restrictivo en el cual se controlaban hasta los mínimos detalles. No se puede soñar, no se puede desear, no se puede pedir justicia, no se puede pedir paz. María incapaz de incapaz de someterse a esas leyes que prohibían los deseos esenciales había desobedecido. La casa de las Magdalenas, esa prisión era el lugar en donde las mujeres valientes de Albehem eran encerradas para evitar que sus ideas de la llegada de un Salvador corriesen y contagiasen a los demás. María acusada de rebelde y conspiradora había sido declarada culpable. Había tenido el juicio delante del Gran censor y estaba cumpliendo una condena de veinte años.
Pasaban días en los que olvidaba que había desaparecido de su vida la posibilidad de ver a su familia, a su esposo recluido en otra cárcel, en la Casa del Tormento, acusado de peores delitos. Aún existía el peligro de que lo condenasen a muerte. Ella no se enteraría del destino que le tocaría seguir. Suponía que no volvería a ver a Simón, su pequeño hijo, a quien había tenido que abandonar casi de recién nacido.
María ha adiestrado su mente, puede trasportarse si lo desea a espacios agradables, sentarse con los amigos debajo de los olivos en el bosque o quedarse al costado del río escuchando el agua que brinca entre las piedras, arrastrándose como una serpiente que silba y acaricia. Ahora amanece en su mente, han llegado dos pájaros amarillos que se entretienen junto a un rosal.
En la oscuridad del calabozo María no piensa en huir, no duerme, descansa, se recupera y recuerda las últimas acciones que vivió cuando estaba en libertad. Los han descubierto, se arrastran para esconderse. Una bala le roza la cabeza. Los someten a interrogatorios, con un pañuelo intenta controlar la sangre que brota sin parar, los amenazan, les atan las manos, se burlan de ellos. Alguien escupe en su cara. La separan de Antonio. Todo ha sido inútil. Está prohibido soñar.
Es el amanecer del 24 de diciembre en Albehem en una celda húmeda.
María alcanza a ver entre dos piedras muy unidas de la celda, tras unr esquicio, un rayo de luz brillante, sabe que afuera hay sol. Esa noche será noche buena y María rechaza la condena a la soledad. En la oscuridad busca inútilmente algún objeto que pueda simbolizar el nacimiento. Desea repetir el ritual. Cierra los ojos, medita y se pone a rezar. Ya casi es de noche cuando siente la presencia del ángel que acercándose le dice. No temas, vengo a anunciarte la buena nueva que será motivo de inmensa alegría para todo el pueblo. De improviso se enciende una vela y se ilumina un espacio y María se siente como si estuviesen en un claro del bosque. María sabe que está en Belén. Una mujer acaba de dar a luz, el hermoso niño está recostado en un pesebre. Los acompaña su padre. Aparecen otros ángeles que tocan trompetas y cantan Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres. Algunos pastores que cuidaban sus rebaños se acercan para adorar al niño. Llegan los magos de oriente que han seguido la estrella brillante y ofrecen al niño cofres llenos de maravillas.
La celda está de nuevo en penumbra. María siente que no está sola. Puede ver a Antonio y a su pequeño hijo a su lado sonriendo. Los tres se abrazan y se desean felicidad. María tiene los ojos húmedos, no se cansa de mirarlos, de hacerles caricias. Es Noche buena. María se acomoda en una esquina y se duerme sabiendo que despertará en silencio y soledad pero ya no le importa. Hoy ha sido noche buena y mañana será Navidad.


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