jueves, 6 de febrero de 2014

El joven que echaba chispas

El hombre que echaba chispas

 
 
Echaba chispas. Parecía un cuchillo que al frotarse con otro lanza pequeñas partículas de fuego. No había manera de esconder lo que le sucedía cuando montaba en cólera. Qué iba a hacer, había nacido rabioso. A lo que más miedo le tenía era a causar un incendio. Leía siempre en el periódico que  el incendio de esa casa hermosa que  quedaba en medio del bosque de San Isidro había empezado a arder por una pequeña chispa que saltó  del cordón del televisor.  De alguna manera era un poder, tenía capacidad para destruir, pero si bien era rabioso, en el fondo de su corazón era un muchacho que quería el bien de los demás. Contradicciones que tenemos las personas.  Entonces, cuando sentía que la rabia lo empezaba a invadir, se iba corriendo en busca de una ducha, o una piscina o una manguera para mojarse íntegramente y apagar el fuego que ya salía en chispas por todo su cuerpo como si fuese un fósforo o una luz de bengala. Si hablaba algo, sus palabras normalmente eran hirientes, las chispas podían hacer que la camisa de su interlocutor se prendiese y hasta podría ser acusado de asesino. Y matar  jamás era su intención.

Entonces subió a la parte más alta de la montaña, se construyó una pequeña casita y se dedicó a meditar.  Claro que le preocupaba que sus padres lo estuviesen buscando pero más importante que todo era conseguir calmar su cuerpo, dominarlo, acallarlo, enseñarle que el que juega con fuego, se quema. Felizmente su madre le había enseñado a meditar, así que cruzó sus piernas, colocó sus manos una sobre otra, cerró los ojos, se relajó y se puso a pensar en nada. De rato en rato aparecía en su mente un caballo, la luna que giraba, una playa de mar brava, gente que se le acercaba y ardía, pero él, repetía su palabra mágica, su mantra, que en este caso era  Ummmmm y respiraba y expiraba para pacificar su espíritu.  Varios animales vinieron a vivir con él. Algunos gruñían y a él casi se le escapaban chispas de mal humor, pero repetía el Ummmmmm y se sosegaba.  Ovejas, venados, lobos, y hasta un puma lo abrigaron en las noches de frío.  Por la mañana tempranito muchos y distintos pájaros lo saludaban y partían volando.

Pasaron tres meses antes de que decidiera  bajar de la montaña y encontrarse con sus padres y con sus amigos. Llevaba una sonrisa de ilusión en la cara en lugar de la cara agestada, y en vez de chispas, de su cuerpo salía un aire fresco que aliviaba a cualquiera  y las personas se sentían atraídas por él, que si bien llevaba una larga barba, caminaba dichoso para encontrarse con sus padres, a los que abrazó y besó porque los había extrañado mucho. Nunca más montó en cólera, nunca más saltaron chispas de fuego de su cuerpo y fue cada día más feliz.
 

1 comentario:

  1. Por suerte tuvo la idea de meditar para aplacar su ira. En buena hora que no dejó ofuscar su inteligencia y abrió su corazón hacia él mismo y hacia los demás.
    Un cordial saludo recibe desde Berlín.

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