El hombre que echaba chispas
Echaba chispas. Parecía un
cuchillo que al frotarse con otro lanza pequeñas partículas de fuego. No había
manera de esconder lo que le sucedía cuando montaba en cólera. Qué iba a hacer,
había nacido rabioso. A lo que más miedo le tenía era a causar un incendio.
Leía siempre en el periódico que el
incendio de esa casa hermosa que quedaba
en medio del bosque de San Isidro había empezado a arder por una pequeña chispa
que saltó del cordón del televisor. De alguna manera era un poder, tenía
capacidad para destruir, pero si bien era rabioso, en el fondo de su corazón
era un muchacho que quería el bien de los demás. Contradicciones que tenemos
las personas. Entonces, cuando sentía
que la rabia lo empezaba a invadir, se iba corriendo en busca de una ducha, o
una piscina o una manguera para mojarse íntegramente y apagar el fuego que ya salía
en chispas por todo su cuerpo como si fuese un fósforo o una luz de bengala. Si
hablaba algo, sus palabras normalmente eran hirientes, las chispas podían hacer
que la camisa de su interlocutor se prendiese y hasta podría ser acusado de
asesino. Y matar jamás era su intención.
Entonces subió a la parte más
alta de la montaña, se construyó una pequeña casita y se dedicó a meditar. Claro que le preocupaba que sus padres lo
estuviesen buscando pero más importante que todo era conseguir calmar su
cuerpo, dominarlo, acallarlo, enseñarle que el que juega con fuego, se quema. Felizmente
su madre le había enseñado a meditar, así que cruzó sus piernas, colocó sus
manos una sobre otra, cerró los ojos, se relajó y se puso a pensar en nada. De
rato en rato aparecía en su mente un caballo, la luna que giraba, una playa de
mar brava, gente que se le acercaba y ardía, pero él, repetía su palabra
mágica, su mantra, que en este caso era
Ummmmm y respiraba y expiraba para pacificar su espíritu. Varios animales vinieron a vivir con él.
Algunos gruñían y a él casi se le escapaban chispas de mal humor, pero repetía
el Ummmmmm y se sosegaba. Ovejas,
venados, lobos, y hasta un puma lo abrigaron en las noches de frío. Por la mañana tempranito muchos y distintos pájaros
lo saludaban y partían volando.
Pasaron tres meses antes de que
decidiera bajar de la montaña y
encontrarse con sus padres y con sus amigos. Llevaba una sonrisa de ilusión en
la cara en lugar de la cara agestada, y en vez de chispas, de su cuerpo salía
un aire fresco que aliviaba a cualquiera y las personas se sentían atraídas por él, que
si bien llevaba una larga barba, caminaba dichoso para encontrarse con sus
padres, a los que abrazó y besó porque los había extrañado mucho. Nunca más
montó en cólera, nunca más saltaron chispas de fuego de su cuerpo y fue cada
día más feliz.
Por suerte tuvo la idea de meditar para aplacar su ira. En buena hora que no dejó ofuscar su inteligencia y abrió su corazón hacia él mismo y hacia los demás.
ResponderEliminarUn cordial saludo recibe desde Berlín.