domingo, 24 de mayo de 2015

Queremos tanto a Julio

Este martes en ABRA, nuestro taller de lectura, dejamos Brasil y pasamos a la Argentina. Nos tocará leer y comentar uno de los cuentos de Julio Cortázar.

 Julio es uno de nuestros favoritos así que de vez en cuando regresamos a él para descubrir que siempre está vigente y siempre tenemos algo más que descubrir en sus cuentos y sus fantasías.
De “La trompeta de Deyá” de MVLL.
Era 1984 un domingo cuando muere Julio Cortázar, un periodista llama a MVLL a avisarle y pedirle su comentario.
En vez de escribir un artículo sobre Cortázar, VL se quedó leyendo sus cuentos y páginas de sus novelas que recordaba. Hacía tiempo que no se veían, que no sabía nada de él pero se alegró de que Aurora se hubiese encargado de él durante los últimos meses de su enfermedad.
VLL recuerda que lo vio por última vez en Grecia en 1967 en donde él, Aurora y VLL fueron traductores en un congreso de algodón. Ver y oír conversar a Julio y Aurora era un espectáculo. Todo lo que decían era inteligente, culto, divertido, vital. No pueden ser siempre así, pensó él, seguro ensayan en su casa para deslumbrar con anécdotas inusitadas, citas brillantísimas y bromas en el momento perfecto como para descargar el clima intelectual,
Tenían una perfecta complicidad, simpatía, compromiso con la literatura y generosidad con todo el mundo, especialmente con los principiantes.
Virtud cortaziana: ser Dorian Gray. Aurora también lo es.
Era veintidós años mayor que VLL parecía de su misma edad.
Durante los sesenta, los siete que MVLL vivió en París fueron mejores amigos.
Cortázar fue su modelo y mentor.
Era fiesta y felicidad cuando lo invitaban a comer. Tenía una pizarra con recortes de noticias insólitas, objetos inverosímiles que recogía o fabricaba y ese resinto en el que se refugiaba a tocar la trompeta y a divertirse como un niño: el cuarto de los juguetes.
Conocía un París secreto y de las reuniones VLL salía cargado de datos, poetas que descubrir, rincones que merodear y hasta un congreso de brujas.
Era imposible intimar con él. La distancia que él sabía imponer, tenía un sistema de cortesía y reglas a las que había que someterse para conservar su amistad. Eso le daba cierto misterio, una dimensión secreta a su vida. Era un hombre eminentemente privado con un mundo interior construido y preservado como si fuese una obra de arte al que solo Aurora parecía tener acceso.
Probablemente ningún otro escritor le dio al juego la dignidad literaria que le dio C. Ni hizo del juego instrumento de creación y exploración artística.
Julio no jugaba para hacer literatura. Para él escribir era jugar, divertirse, organizar la vida, palabras, ideas con la arbitrariedad, libertad, fantasía e irresponsabilidad con la que lo hacen los niños o los locos.
La más ambiciosa de sus novelas lleva como título Rayuela, un juego de niños
Como la novela, como el teatro, el juego es una forma de ficción. Una representación de algo ilusorio que reemplaza la vida.
Sirve al hombre para distraerse, olvidarse de la verdadera realidad y de sí mismo viviendo mientras dure la sustitución, una vida aparte de reglas estrictas creadas por él.
El juego es también un recurso mágico para conjurar el miedo atávico del ser humano a la anarquía secreta del mundo, al enigma de su origen, condición y destino.
EL juego según JH es la columna cerebral de la civilización y que la sociedad evolucionó hasta la modernidad lúdicamente, construyendo sus instituciones, sistemas, prácticas, credos a partir de esa forma elemental de la ceremonia y el rito que son los juegos infantiles.
En el mundo de Cortázar el juego recobra esa virtualidad perdida.
 

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