domingo, 31 de mayo de 2015

Vendedora de claveles: un poema de Washington Delgado

GLOBE TROTTER

Sobre arenas tan interminables como el día
imaginando nubes, palmeras, aguas, noches de luna
he caminado por los desiertos, toda mi vida.

Bajo luces de neón, atravesado
por el estruendo de los automóviles,
implacablemente gobernado por señales rojas y verdes,
he caminado por los desiertos, toda mi vida.

A menudo soñé con dulces samaritanas
y siempre he despertado en un autobús:
ajadas oficinistas me rodeaban, muertas de sueño, encadenadas
a una vida polvorienta y sin una gota de agua
en el corazón. Con insaciable sed
he caminado por los desiertos, toda mi vida.

Sin cesar he subido las escaleras del hotel.
Nunca vi la palmera ni el manatial soñado
ni el arco iris de la paz ni la paloma del perdón.
Angeles despiadados me miraban sin verme,
me preguntaban por mi nombre y mis señas,
me echaban el humo en la cara
y me indicaban con desdén
el camino del paraíso que nunca era un paraíso
sino las mismas arenas, el desierto
por donde he caminado, toda mi vida.

Si entraba en el salón vetusto
el viejo inquisidor se atragantaba,
lanzaba al aire el humo, el café, la sonrisa
y me preguntaba por Mariena.
¿Mariena, Mariena? ¿Quién es Mariena?
Suspendida está en el aire, lejos de este desierto
y yo nunca la he visto.
Vivirá en su isla rosada, en su casa pequeña,
en su granja con gansos y conejos o se habrá ahogado
en las aguas azules del mar Mediterráneo.
Ese oasis no me sirve,
el viejo inquisidor se marchó hace tiempo y me ha dejado
una angustia inútil, un nombre
que he de llevar a cuestas para nada
mientras camino por los desiertos, toda mi vida.

Las estrellas de los policías brillan y tintinean,
los estudiantes pasan con libros o muchachas bajo el brazo,
la niebla ligera se levanta para que duerma en la calle
esta primera noche primaveral del año.

De buena gana leería una novela de Voltaire,
conversaría con mis viejos amigos,
tomaría un café, fumaría un cigarro.
En el arenal interminable todo es un sueño tan desesperado
como la niebla, las palmeras y la dulce samaritana.
He caminado por los desiertos, toda mi vida
y nunca me acompañó nadie.

A veces se dibujan ante mis ojos historias de fantasmas:
aposentados en lujosos palacios ahuyentan
a los escopetados compradores durante el día,
en la noche alimentan y consuelan a las pobres gentes.
Otras veces son ladrones: después de años de cárcel y miseria
roban con fortuna una casa opulenta
y disfrutan los goces de la vida
o reparten limosnas a la puerta del templo.

En la soledad del arenal no hay palacios ni opulentas casas
ni pobres gentes ni fastidiosos compradores
ni puerta ni templo ni limosna
ni goces de la vida.
Toda mi vida he caminado por los desiertos
y ahora estoy triste.

Una vendedora de claveles canta o llora en mi oído.
¿qué haría yo con un clavel en el desierto?
He caminado solo y sin equipaje toda mi vida,
estos claveles son también un desesperado sueño
aunque la melodiosa vendedora me contemple con lastimados ojos
como si ella fuera el fantasma y yo la pobre gente
llegada en la gran noche a las puertas del palacio lujoso.
He caminado por los desiertos, toda mi vida
y nunca llegué a ninguna parte.

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