Florencia pasaba
largas horas encerrada bañándose en la tina. Le gustaba el agua hirviendo.
Desde afuera se
escuchaba el agua que ella subía retenida en una esponja y luego arrojaba sobre
su cuerpo para calmar los dolores que tenía en la espalda de tanto apretarla
por la tensión que le causaba poner en orden su casa. Los cuatro niños no
tenían el menor interés en mantener el orden de sus dormitorios ni el de la
sala y todo lo dejaban tirado. Y por más que ella les pidiese, les rogase, les
gritase, ellos continuaban dejando los muñecos en los rincones, la fruta
mordida sobre los muebles, los patines estratégicamente colocados en los
pasadizos como para que ella resbalase y
se rompiese una pierna. A veces se decía que era mejor que Alberto se hubiese
marchado porque él era el más desordenado de todos, el rey del caos, dejaba sus
papeles aquí y allá y luego pedía que ella se los encontrase, que era asunto de
vida o muerte. Hay en toda mujer un
momento en el que se pregunta si ha
nacido para aquello que está realizando y ella no dejaba pasar un día sin que
se preguntase si había sido criada y educada para deslizarse encorvada por la
vida, estirando la mano para recoger y las piernas para ir y volver colocando cada cosa en su lugar sabiendo de antemano que
no durarían en su sitio ni un instante.
— ¿Y si dejo todo como está? Se preguntaba,— ¿si los panes con
mantequilla y mermelada se quedaban ahí sobre la mesa de la sala y dejaba que
apareciesen las hormigas y las cucarachas, aprenderían por fin los niños que se
necesitaban orden y limpieza?
—¿Dónde había
quedado su afición por la pintura, la beca que se había sacado que la había
llevado a Barcelona a perfeccionarse en arte? ¿Las palabras que sus profesores
pronunciaron cuando obtuvo el primer premio de su promoción al graduarse? ¿De
qué le había servido todo eso?
Las horas que no
pasaba en casa las pasaba trabajando como guía en un Museo, mostrando los
cuadros de los pintores famosos, anhelando siempre que uno de los suyos
estuviese algún día colgado en una de las paredes, aunque sea en la menos
importante. Pero un día le dijeron que no la necesitaban más, que habían
recibido quejas de que estaba siempre de mal humor, con la sonrisa torcida, y
con esas ojeras que la entristecían, preferían tomar a una chica soltera,
Lizzi, que acababa de llegar a la ciudad y venía muy recomendada.
Fue ese día en el
que permaneció en el baño por más horas, por muchas, tantas que Jossy el
hermano mayor llamó a su padre y le dijo que su mamá no contestaba a sus
llamadas y que la puerta estaba trancada. Cuando descerrajaron la puerta se
encontraron con el dibujo de su madre en la pared de la tina desaguada, tenía
el ceño fruncido y la mirada muy asustada, la madre no estaba en ninguna parte,
ni en el closet, ni en la ventana, ni detrás de la puerta. La única explicación
que se les ocurrió es que se había escurrido por el desagüe y que se encontraba
a enorme distancia de ellos y que no volvería más. Cecilia Bustamante de Roggero
Saul Steinberg fue un caricaturista e ilustrador estadounidense de origen rumano. Es conocido por sus trabajos
para The New Yorker.
Saul Steinberg fue un caricaturista e ilustrador estadounidense de origen rumano. Es conocido por sus trabajos
para The New Yorker.
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