domingo, 9 de agosto de 2015

Otro modo de mirar, pequeño texto


 
 
 
Cierta tarde después de varios intentos Abigail consiguió ponerse de cabeza. El mundo le pareció distinto y eso es lo que ella quería. Tres veces al día aprovechando que todos se iban de la casa a trabajar o a estudiar, se paraba de cabeza delante de la pared y contaba hasta mil.

—Es una forma de meditar, —se dijo, creo que lo vi en la tele.

Al cabo de unos días empezó a caminar de manos. Ya no tenía que estar pegada a la pared, se le iba haciendo tan cómodo como  caminar con los pies.

—Me contratarán en el circo, —se dijo  Abigaíl riéndose al imaginarse vestida de payaso caminando sobre la cuerda floja. Pero ¿Acaso no venía ensayándose en  caminar sobre  la cuerda floja toda la vida, vivir sin ninguna certeza, no saber lo que le depararía el día, lidiar con los temperamentos de las personas que la rodeaban?

Un día se animó a salir a la calle. Había un poco de sol y  quiso ir al parque que quedaba frente a la casa para calentarse un poco. Conforme avanzaba le empezó a gustar cada vez más el mundo al revés que veía. Todo le parecía más apacible, más acogedor, el miedo que tenía Abigaíl instalado en el corazón como si cincuenta cuchillos estuviesen siempre a punto de atravesarla, parecía que se le había ido a las manos y  hundido en la tierra, porque por primera vez en la vida se sentía dichosa, inflada de alegría, el aire le entraba en el cuerpo con gran facilidad y hasta tuvo ganas enormes de ponerse a cantar.

Siguió caminando  y caminando hasta que se dio cuenta de que había entrado en otro barrio, uno que jamás había visitado, porque su vida era rutinaria, de pasitos cortos, limitada, angosta.

Apenas entró en la plaza las vio, tres mujeres caminaban de cabeza sobre las manos y tenían una hermosa sonrisa en la cara. Se les acercó.

—Bienvenida, — le dijeron y sin mayor preámbulo ella se unió a su caminata que las fue llevando a las afueras de la ciudad, al campo, cerca al mar.  Entonces se sentaron sobre unas piedras colocadas en forma de círculo y esperaron a que aparecieran más mujeres. Todas llegaban andando paradas de manos y se sentaban alrededor del círculo ya con la cabeza para arriba.

Fue una tarde muy agradable, todas tenían un humor tan divertido, las bromas surgían de manera espontanea, se tocaban sin ninguna aprehensión y se contaban historias de cosas que les había pasado, que ya creían olvidadas pero que estaban formadas por acontecimientos llenos de ternura, de deslumbramiento, de originalidad.

—Hay mujeres así en todas partes del mundo—, le dijo su vecina, las dos ya de cabeza dispuestas a regresar a sus casas. —Cuando las necesites todo lo que tienes que hacer es ponerte de cabeza y empezar a andar. Aparecerán.

Ella hizo medio camino de cabeza pero en cierto lugar, frente a un sembrío de papas que estaba en flor, se enderezó y otra vez el mundo le pareció ideal, perfecto, bellísimo, real, echó  una mirada al cielo como los pájaros y caminó sonriente, agradecida, con sus manos libres.

Dibujo:

Saul Steinberg fue un caricaturista e ilustrador estadounidense de origen rumano. Es conocido por sus trabajos

para The New Yorker.

 

 

 

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