Cierta tarde
después de varios intentos Abigail consiguió ponerse de cabeza. El mundo le
pareció distinto y eso es lo que ella quería. Tres veces al día aprovechando
que todos se iban de la casa a trabajar o a estudiar, se paraba de cabeza
delante de la pared y contaba hasta mil.
—Es una forma de
meditar, —se dijo, creo que lo vi en la tele.
Al cabo de unos
días empezó a caminar de manos. Ya no tenía que estar pegada a la pared, se le
iba haciendo tan cómodo como caminar con
los pies.
—Me contratarán en
el circo, —se dijo Abigaíl riéndose al
imaginarse vestida de payaso caminando sobre la cuerda floja. Pero ¿Acaso no
venía ensayándose en caminar sobre la cuerda floja toda la vida, vivir sin
ninguna certeza, no saber lo que le depararía el día, lidiar con los
temperamentos de las personas que la rodeaban?
Un día se animó a
salir a la calle. Había un poco de sol y quiso ir al parque que quedaba frente a la
casa para calentarse un poco. Conforme avanzaba le empezó a gustar cada vez más
el mundo al revés que veía. Todo le parecía más apacible, más acogedor, el
miedo que tenía Abigaíl instalado en el corazón como si cincuenta cuchillos
estuviesen siempre a punto de atravesarla, parecía que se le había ido a las
manos y hundido en la tierra, porque por
primera vez en la vida se sentía dichosa, inflada de alegría, el aire le
entraba en el cuerpo con gran facilidad y hasta tuvo ganas enormes de ponerse a
cantar.
Siguió
caminando y caminando hasta que se dio
cuenta de que había entrado en otro barrio, uno que jamás había visitado,
porque su vida era rutinaria, de pasitos cortos, limitada, angosta.
Apenas entró en la
plaza las vio, tres mujeres caminaban de cabeza sobre las manos y tenían una
hermosa sonrisa en la cara. Se les acercó.
—Bienvenida, — le
dijeron y sin mayor preámbulo ella se unió a su caminata que las fue llevando a
las afueras de la ciudad, al campo, cerca al mar. Entonces se sentaron sobre unas piedras
colocadas en forma de círculo y esperaron a que aparecieran más mujeres. Todas
llegaban andando paradas de manos y se sentaban alrededor del círculo ya con la
cabeza para arriba.
Fue una tarde muy
agradable, todas tenían un humor tan divertido, las bromas surgían de manera
espontanea, se tocaban sin ninguna aprehensión y se contaban historias de cosas
que les había pasado, que ya creían olvidadas pero que estaban formadas por
acontecimientos llenos de ternura, de deslumbramiento, de originalidad.
—Hay mujeres así en
todas partes del mundo—, le dijo su vecina, las dos ya de cabeza dispuestas a
regresar a sus casas. —Cuando las necesites todo lo que tienes que hacer es
ponerte de cabeza y empezar a andar. Aparecerán.
Ella hizo medio
camino de cabeza pero en cierto lugar, frente a un sembrío de papas que estaba
en flor, se enderezó y otra vez el mundo le pareció ideal, perfecto, bellísimo,
real, echó una mirada al cielo como los
pájaros y caminó sonriente, agradecida, con sus manos libres.
Dibujo:
Saul Steinberg fue un caricaturista e ilustrador estadounidense de origen rumano. Es conocido por sus trabajos
para The New Yorker.
Dibujo:
Saul Steinberg fue un caricaturista e ilustrador estadounidense de origen rumano. Es conocido por sus trabajos
para The New Yorker.
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