La Opera que se daba en este teatro era tan especial que solo podrían verla aquellos que llegasen nadando hasta la sala y pudiesen mantenerse a flote sin que las corrientes los llevasen. La gente sabía que habían sido escogidos los mejores cantantes del mundo y que lo máximo que alcanzarían a escuchar serían unas cuantas notas de la canción tan triste que un tenor o una soprano estuviesen lanzando. De todos modos insistían en nadar hacia el teatro, a contracorriente, tal vez porque alcanzaban a oír alguna voz delicadísima que parecía que iría a mostrarles una epifanía. Era extraño ver los palcos vacíos, la desaparición de las butacas que antes siempre estaban llenas de espectadores ávidos por contemplar lo que ahí sucedería. El rumor del agua iba tapando esa voz.
artista Pablo Genoves.
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