domingo, 19 de junio de 2016

Castillos en el aire



Desde siempre había soñado con poder habitar en alguno de esos castillos que flotaban en el aire. Bastaba con que se quedara inmóvil, los ojos abiertos de par en par, la vista puesta en las alturas, sin un pestañeo, para que apareciesen los hermosos castillos con torres y murallas, almenas, foso y puertas levadizas, adornados con banderas, estandartes y escudos de colores intensos. Le gustaba contarse historias que sucedían en los castillos. Los reyes y los príncipes, los caballos blancos, los niños jugando a perderse en los jardines de laberintos, bañándose en las fuentes cubiertas de los más bellos nenúfares. De noche podía ver sus castillos brillantes compitiendo en belleza con estrellas y luna. — ¿Cómo poder llegar a ellos?—Se preguntaba y hacía planes que iba deshaciendo conforme llegaba la aurora. Debía contentarse con la pequeña cabaña, el sonido triste del arroyo, la soledad de sus días y sus noches. Imaginaba escaleras infinitas, árboles que crecían hasta aquellas nubes que empujaba el viento, que amanecería un día con alas o que la llevarían suspendida un grupo de pájaros rojos.
Sucedió una tarde cuando casi se acababa el día, la niña miraba sus castillos, había aprendido a recorrerlos con la mirada, jugaba en los pasadizos y se asomaba en su almena favorita, le gustaba la dulce fragancia de sus nenúfares tan blancos como azucenas de marfil, cuando los castillos empezaron lentamente a descender, bajaban acercándose, creciendo en tamaño y perfección, como si se tratase de una nave llegando a tierra, entonces pudo ver las sonrisas del rey y de la reina y las piruetas de los príncipes, sus amables gestos invitándola a levantarse, dar pequeños pasos y entrar al fin a su sueño. Cecilia Bustamante de Roggero
Imagen: JACEK YERKA






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