domingo, 12 de abril de 2009

Espacio privado



Para Manuel Vicent en su artículo de hoy en el diario El país de Madrid la cabaña es el lugar al que uno desea volver para esconderse para encontrar refugio y tranquilidad, para soñar y librarse de la ansiedad o el miedo a lo que vendrá.
Tal vez para muchas mujeres la casita de muñecas

es el lugar de la memoria al que se desea volver o a las ramas altas de los árboles (nos parecían tan altas), debajo de la cama, ese otro rincón que hacíamos nuestro sea en el jardín o en una esquina de nuestro dormitorio.

Mi espacio privado en mi infancia, iba cambiando de lugar y unas veces era en la azotea desde la que podía mirar los techos de los vecinos, otras quedaba al pie de un olivo.
Conseguía abstraerme contemplando el agua que corría en una acequia, descifrando las manchas de las paredes de mi cuarto imaginando que cobraban vida o mirando las estrellas buscando hallar la que brillaba más. Ese otro espacio al que podemos acceder con solo desearlo se sigue creando para nosotros si así lo deseamos.

Acá cuelgo el artículo de Manuel Vicent:

La cabaña
MANUEL VICENT 12/04/2009

Dijo Pascal que todo lo malo que le había ocurrido en la vida se debía a haber salido de su habitación. Se trata de un pensamiento muy certero, porque, bien mirado, todos los problemas que uno arrastra a lo largo de los años se derivan del hecho de haber abandonado aquella cabaña que un día montó en el jardín cuando era niño. El mito de la cabaña sigue teniendo hoy una fuerza extraordinaria. No hay escritor, artista famoso, político, hombre de negocios o banquero sacudido por el estrés que no sueñe con retirarse durante un tiempo a vivir en una cabaña lejos del mundo. Existen cabañas de muchas clases, según el subconsciente de cada uno; las hay de indio apache, de pastor, de leñador del bosque, de pescador escandinavo, de expedicionario perdido en el desierto, de náufrago en una isla de los mares del sur. Otras adoptan la forma de castillo medieval, con almena o sin almena, recias e inexpugnables. En todos los parques públicos y en los jardines de infancia se montan cabañas para que los niños jueguen a esconderse o a protegerse de unos enemigos imaginarios. Algunas son muy lujosas, pero ninguna se parece a aquella tan maravillosa y rudimentaria que construimos, cuando éramos niños, con cuatro palitroques y una empalizada de cañas en el desván, en el patio o entre las ramas de un árbol. La seguridad que nos daba aquella cabaña se perdió junto con nuestra inocencia. Un día dejamos de jugar. A partir de ese momento quedamos desguarecidos, solos en la intemperie, lejos del mundo de los sueños, frente a unos enemigos reales. Es evidente que estamos rodeados de basura por todas partes. A cualquier hora del día nunca deja uno de ser agredido por la sucia realidad, por un acto de barbarie o de fanatismo. Pero existen seres privilegiados, que son capaces todavía de montar a cualquier edad aquella cabaña de la niñez en el interior de su espíritu para hacerse imbatibles dentro de ella frente a la adversidad. Si uno la mantiene limpia es como si estuviera limpio todo el universo; si en su interior suena Bach la música invadirá también todas las esferas celestes. Este reducto está al alcance de cualquiera. Basta imaginar que es aquella cabaña en la que de niños nos sentíamos tan fuertes.

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