jueves, 30 de abril de 2009

Nuestra vocación



En todas las vocaciones intervienen dos elementos: el llamado y el aprendizaje. ¿Qué es el llamado? Me parece imposible definirlo. Sin conocer exactamente la razón, un día sentimos una atracción inexplicable hacia esta o aquella actividad: la herrería, la actuación escénica, la equitación, la música. Casi siempre esa atracción es irrefrenable; casi siempre también está asociada a la habilidad o al talento que requiere la actividad que nos atrae
(Fragmento de "El llamado y el aprendizaje" de Octavio paz")

El nacimiento de una vocación es siempre interesante, acá Patricia nos cuenta cómo surgió en ella el deseo de ser arquologa.


  ¿ Por qué estudié Arqueología?

                                                                                  Patricia Gómez-Sánchez L.








Creo que desde niña tuve este afán de libertad. Sentía que me amarraban cuando me decían “estáte quieta” o cuando me llevaban a misa “la
  cárcel mayor”.  Entonces, yo pensaba que Dios desde el cielo se daba cuenta que yo no quería estar allí. A veces pensaba que no se daría cuenta si yo miraba fijamente la cara del padre cuando decía  el sermón, al rato, y sin darme cuenta,  mi mente había volado muy lejos de allí.

Cuando dejaba volar mi imaginación, ¡qué placer y qué sensación de libertad! Me imaginaba como toda niña, príncipes,  princesas, castillos, caballos alados, hadas.  Muy pronto  entendí que creer en ellos no me iba dar ninguna libertad. Toda aquella fantasía se topaba irremediablemente con la realidad.  Hasta que un día parada al lado de mi padre en las ruinas de Puruchuco me dijo: “Dicen que los Incas eran personas muy altas y deben haberlo sido, pues mira esos muros tan altos, desde allí miraban el mar, el valle y lo dominaban todo.”  Yo intuía que lo que decía mi padre era el resultado de su  admiración por el pasado precolombino pero mi imaginación de niña se echo a volar libremente. Me imaginé personas altas, sabias, inteligentes; ricamente ataviadas y con mucho poder, el  poder de dominar no sólo aquel valle sino a muchas personas.

No sé en qué momento decidí que tenía que corroborar lo que mi imaginación me decía y darle vida a ese pasado, pero sentía verdadera curiosidad y pasión  por ello. Con el tiempo, descubrí que había una forma de reconstruir el pasado que implicaba más paciencia que fervor, más observación que imaginación y era la Arqueología.  Decidí que el trueque era justo. Yo dejaba de lado  mi gran imaginación pero a cambio debía estar permanentemente sorprendida, entusiasmada por  mis descubrimientos y así fue.  Mientras estudiaba,  se armaba ante mis ojos un pasado que yo creía oculto y muerto. ¡Cuántas historias hubiera podido contarle a mi padre! A través de la Arqueología no sólo descubrí que los Incas eran mucho más bajos de lo que hubiera querido mi papá, (nunca tuve el valor de decírselo pues creo que no me lo hubiera perdonado). También descubrí,   grandes hazañas tecnológicas,  rituales que me parecían fascinantes  y que no alcazaba a comprender. Pero en la historia todo tiene una explicación y yo me empeñaba en encontrarla.

Mientras más aprendía, sentía cuánto más me faltaba por saber. Tuve que desterrar  cada una de mis viejas premisas para avanzar.  En el fondo,  sentía un impulso casi obsesivo por  traer a la vida a personas y reconstruir sociedades que ya habían desaparecido, quería entender las costumbres  que habían formado parte de esas lejanas culturas. Quizás yo también quería sentirme orgullosa, como mi padre, de nuestro pasado precolombino, revalorizarlo, rescatarlo.   

Un día, luego de algunos años de haber salido de la universidad, cuando preparaba una clase que debía dictar, encontré un texto que me impactó y que era algo que sin saberlo había estado buscando hacía mucho tiempo. ¿Qué respuestas quería encontrar al estudiar arqueología? ¿Qué quería descubrir?

El texto narraba un descubrimiento hecho en una cueva muy lejana en Shanidar, Afganistan.  Allí, un grupo de arqueólogos, había encontrado un entierro grupal;  eran seis personas dentro de las que se encontraba un niño. Los estudios realizados, revelaron  que estas personas habían muerto a causa de un derrumbe en aquella cueva. Lo sorprendente, es que estos hombres,  fueron cubiertos con flores a la hora de ser enterrados. Gracias al análisis del polen que cubría sus cuerpos, los arqueólogos pudieron determinar la fecha y la estación del año en la cual había ocurrido este terrible accidente y además cuáles fueron las flores con las que las personas que los amaban les dieron el último adiós.  Lo impactante para mí fue darme cuenta que ese accidente había ocurrido hace  40,000 años y correspondía a los hombres de Neanderthal, posteriormente extintos, y yo en ese momento, al leer ese texto,  los traía a la vida, imaginándome claramente el dolor de esa madre o padre, de esos hijos o hermanas y hermanos que con pesar les dieron el último adiós cubriéndolos con flores, igual como lo hacemos hoy en día.

De pronto, como cuando encontramos finalmente la última pieza del rompecabezas,  me di cuenta de que esa era la respuesta que tanto había estado buscado sin saberlo. En ese momento,  entendí que buscando las semejanzas es cuando más acertamos; que somos más parecidos de lo que creemos a nuestros ancestros.   Con el tiempo comprendí, que no somos más que la continuidad de lo que pasó antes, aunque no lo sepamos. En nuestra cultura moderna habita nuestro pasado precolombino aunque no estemos conscientes de ello, o aunque no queramos identificarnos con esa parte de nuestra historia. A través de la Arqueología descubrí que todos somos más parecidos de lo que pensamos,  y que cuando buscamos las diferencias para separarnos nos apartamos de nosotros mismos.

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario es de gran utilidad para para Abraelazuldelcielo. Ce.