martes, 18 de marzo de 2008

La fama según Borges


En este ejercicio Borges intenta quitarse importancia al nombrar sus quehaceres y algunas de sus inclinaciones y gustos y olvidarse de su ser. Borges es todo aquello que nombra más aquello que lo integra, la fuerza que lo constituye.



La fama

Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)

Haber visto crecer a Buenos Aires, crecer y declinar.

Recordar el patio de tierra y la parra, el zaguán y el aljibe.

Haber heredado el inglés, haber interrogado el sajón.

Profesar el amor del alemán y la nostalgia del latín.

Haber conversado en Palermo con un viejo asesino.

Agradecer el ajedrez y el jazmín, los tigres y el hexámetro.

Leer a Macedonio Fernández con la voz que fue suya.

Conocer las ilustres incertidumbres que son la metafísica.

Haber honrado espadas y razonablemente querer la paz.

No ser codicioso de islas.

No haber salido de mi biblioteca.

Ser Alonso Quijano y no atreverme a ser don Quijote.

Haber enseñado lo que no sé a quienes sabrán más que yo.

Agradecer los dones de la luna y de Paul Verlaine.

Haber urdido algún endecasílabo.

Haber vuelto a contar antiguas historias.

Haber ordenado en el dialecto de nuestro tiempo las cinco o seis metáforas.

Haber eludido sobornos.

Ser ciudadano de Ginebra, de Montevideo, de Austin y (como todos los hombres) de Roma.

Ser devoto de Conrad.

Ser esa cosa que nadie puede definir: argentino.

Ser ciego.

Ninguna de esas cosas es rara y su conjunto me depara una fama que no acabo de comprender.

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