martes, 11 de marzo de 2008

Giacomo Leopardi conversa con la luna y con su rebaño




CANTO NOCTURNO DE UN PASTOR ERRANTE DE ASIA

¿Qué haces, luna, en el cielo? Di, ¿qué haces,
Oh silenciosa luna?
Sales de noche, andas
viendo desiertos, y después te escondes.
¿No estás aún fatigada
de recorrer las sempiternas sendas?
¿Aún no sientes hastío ni cansancio
de mirar estos valles?
Se parece a tu vida
la vida del pastor.
Sale al alba y conduce
por el campo el ganado, contemplando
rebaños, prados, fuentes;
luego, exhausto, descansa por la noche,
y no espera otra cosa.

Dime, luna, ¿qué espera
el pastor en su vida,y tú en la tuya?
Dime, ¿adónde tiende
este mi vagar breve
y tu curso inmortal?

Viejo canoso, enfermo,
harapiento, descalzo,
con carga pesadísima en los hombros
por montes y por valles,
por rocas, arenales y malezas,
al viento, en la tormenta, cuando abrasa
el aire, y cuando hiela,
corre, corre anhelante,
cruza charcos, torrentes,
cae, se levanta, y más y más se afana,
sin tregua ni sosiego,
herido, ensangrentado, hasta que llega
allí donde el camino
y donde tanto afán término encuentran:
inmenso, horrible abismo
donde al precipitarse todo olvida.
Así, virgínea luna,
es la vida mortal.
Nace al dolor el hombre
y es peligro de muerte el nacimiento.
Prueba tormento y pena
desde que abre los ojos, y sus padres
comienzan a enseñarle
a consolarse por haber nacido.
Luego, cuando creciendo
va, uno y otro sostienenle, y por siempre
con actos y palabras
se afanan en cuidarle
y en consolarle de su humano estado:
que otro oficio más grato
n o hay para un padre que cuidar sus hijos.
Mas, ¿por qué dar a luz,
por qué mantener vivo
a quien por esto hay que prestar consuelo?
Si infortunio es la vida,
¿por qué, pues, dura tanto?
Tal, intocada luna,
es el mortal estado.
Mas tú mortal no eres
y tal vez lo que digo no comprendas.

Tú, solitaria, eterna peregrina,
tan pensativa, acaso lo que es sepas
este vivir terreno,
este nuestro penar, esta agonía;
lo que es este morir, esta suprema
palidez del semblante,
y faltar de la tierra, y alejarse
de toda usual y amante compañía.
Ciertamente, comprendes
el porqué de las cosas, ves el fruto
del día y de la noche,
del callado, infinito andar del tiempo.
Sabes sin duda a qué dulces amores
ríe la primavera,
a qué ayuda el estío, y qué procura
con su hielo el invierno.
M il cosas sabes tú, miles descubres,
que al sencillo pastor le están vedadas.
A veces, al mirarte
tan silenciosa en el desierto llano
que en su confín se une con el cielo,
o bien con mi rebaño
seguirme en mi camino; cuando miro
fulgurar en el cielo las estrellas,
pensativo me digo:
"¿Para qué tantas luces?
¿Qué hace el aire sin fin, esa profunda
serenidad? ¿Qué significa esta
inmensa soledad? ¿Qué soy yo mismo?"
Conmigo así razono; de ese espacio
soberbio e ilimitado,
y de esa familia innumerable,
después de tanto obrar, del movimiento
de las celestes y terrenas cosas,
girando sin reposo
para volver allá donde nacieron,
la utilidad, el fruto
adivinar no sé. Mas, ciertamente,
¡ oh doncella inmortal!, tú sí lo sabes.
Yo sólo sé y comprendo
que en los eternos giros
y que en mi ser tan frágil
algún provecho o goce
otro hallará; mi vida es mal tan sólo.
Rebaño mío que feliz reposas,
ignorando, imagino, tu miseria,
¡cuánta envidia te tengo!
No sólo porque de ansias
casi libre te encuentras
y todo sufrimiento, todo daño,
todo extremo temor olvidas pronto,
sino porque jamás sientes el tedio.
A la sombra descansas en la yerba,
sosegado y alegre,
y gran parte del año
transcurres sin enojo en tal estado.
Yo a la sombra me siento sobre el césped
y el hastío me embarga
la mente, igual que un aguijón agudo,
y más lejano estoy ahora que nunca
de encontrar el sosiego.
Pero ya nada ansío
ni motivo de llanto hasta aquí tuve.
Por qué gozas y cuánto
decir no sé; mas sé que eres dichoso.
Yo poco goce siento,
mas no me quejo de esto solamente.
Si hablar supieses, yo preguntaría:
"Dime, ¿por qué yaciendo
ocioso y sin cuidado
todo animal descansa,
y a mí me asalta el tedio si reposo?"

Tal vez si alas tuviese
para ir hasta las nubes
y contar una a una las estrellas,
o como el trueno errar de cumbre en cumbre,
sería más feliz, dulce rebaño,
sería más feliz, cándida luna.
O tal vez desvaría
mi mente cuando piensa en otra suerte:
tal vez en toda forma
en todo estado, ya en cubil o cuna,
es funesto a quien nace el nacimiento. Giacomo Leopardi

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