domingo, 17 de noviembre de 2013

Helen Grimaud De niña genial a mujer lobo


De niña genial a mujer lobo

La pianista francesa grabó una nueva versión del concierto Emperador, de Beethoven, que acaba de ser distribuida en la Argentina. Celebrada por su belleza y por su talento, cultiva una pasión extravagante por los animales salvajes

Por Pablo Gianera | LA NACION


La infancia de la pianista Hélène Grimaud parece la de un personaje de Thomas Mann, de cualquiera de esos seres hipersensibles, nerviosos, volubles. Su autobiografía, Variations sauvages , es la construcción literaria de una especie de niña genio, separada del resto de sus compañeros de escuela. Muy lectora, Grimaud se reconocía en las tramas de Pirandello: "Allí encontraba la misma personalidad dividida que yo sufría, una distancia no tanto respecto de mí misma sino del mundo. Era el arte de la retracción, del retiro". Grimaud fue, durante un buen tiempo, una mujer de ninguna parte. Nació en Aix-en-Provence, Francia, en 1969, pero cortó todos los lazos con ese país (incluso con la música francesa), buscó la soledad en la multitud y, hacia mediados de los años noventa, se instaló definitivamente en los Estados Unidos. Hay en la pianista esa pretensión de sublimidad de quien declara sentirse románticamente encerrada en su propio cuerpo. Y también, desde ya, su indisimulable belleza que, en lugar de una ventaja, resultó un obstáculo. Nada, o muy poco, se sabe de su intimidad, salvo que se hartó del acoso sentimental de hombres sucesivos y que padeció las propuestas de abandonar la música para lanzarse a una carrera como modelo. Con todo, puso hace unos meses su nombre para una publicidad de Montblanc y, por otro lado, las compañías discográficas explotan hábilmente su cara para las campañas promocionales, en una tentativa dudosa por revertir la situación agónica del disco clásico, que pretende sobrevivir con el respirador artificial de la mercadotecnia.

Pero Grimaud es famosa además por una extravagancia. Le gustan los lobos. Un poco tardíamente, cuando ya se le rendían honores como pianista, tuvo un encuentro casual con un vecino que poseía, ilegalmente, una loba. Su nombre (el de la loba) era Alawa. Hasta la muerte del animal, que se rindió de inmediato a sus pies, fueron inseparables. "Emocionalmente, Alawa fue una de las grandes presencias de mi vida. Nuestro compromiso y confianza eran absolutos." Después, fundó el Wolf Conservation Center, institución que protege a la especie y funciona además como criadero. Claro que, de algún modo, la atracción por esos animales podría parecer estratégica: Grimaud no eligió la denuncia de los pingüinos empetrolados sino la defensa de un animal cuya figura fue trabajada por el prestigio secular y maldito de la licantropía.

La música romántica alemana es el corazón de su repertorio. Después de sus vacilantes primeros discos (premiados, como en el caso del Segundo Concierto de Sergei Rachmaninov, aunque insatisfactorios para la propia artista), Grimaud empezó a concebir sus discos como pequeñas totalidades, objetos en los que las obras que los integran mantienen algún tipo de conexión espiritual. El CD Credo tendía un arco de un siglo a otro: la Sonata op. 31 N°2 y la Fantasía coral de Beethoven quedan enmarcadas por la Fantasia on an Ostinato de John Corigliano y Credo de Arvo Pärt. En las notas al disco, explica que "la respiración de la Tempestad resuena en la Fantasía coral y en el Credo de Pärt". Esto sin contar que la pieza de Corigliano deriva del Allegretto de la Sinfonía N° 7 . En el disco siguiente, Reflection , Grimaud se concentró en el trío amoroso y musical que formaban Robert Schumann, su mujer Clara, y Johannes Brahms. La pianista logró su registro más consistente, particularmente por su versión del Concierto en la menor de Schumann, que ya había grabado para el sello Erato. Esta nueva lectura fue definida en la revista inglesa Gramophone como "una de las más conmovedoras y explosivas". Ahora Deutsche Grammophon acaba de editar un nuevo disco, recién distribuido en la Argentina, con el Concierto para piano Nº 5, "Emperador" (con Vladimir Jurowski al frente de la Staatskapelle Dresden) y la Sonata op. 101 , de Beethoven. Es evidente que a la pianista le interesa, más que el pathos , la dimensión intelectual de esa música. Entiende que la esperanza, una imagen sin imagen, pertenece solamente al lenguaje de la música. Sus pianistas favoritos son Glenn Gould y Sviatoslav Richter, pero más decisivos resultaron en su formación Daniel Barenboim y Martha Argerich. Barenboim se las ingenió para domesticar su indisciplina y Argerich la alejó definitivamente de la escuela de Alfred Cortot, que prescribía concentrarse en el estudio de las zonas más arduas de la partitura, renunciando a la continuidad, algo que se anuda con una idea temprana de la pianista francesa según la cual la música es un fenómeno menos acústico que mental. Tal vez por eso, como Gould -y, en otro sentido, como Herbert von Karajan- prepara las obras lejos del instrumento, en la intimidad del papel.

Grimaud consigue que el repertorio tradicional suene raramente contemporáneo. En este nuevo registro, no se advierte, ni siquiera en los pasajes de bravura, el menor amaneramiento, como si la frialdad y la contención fueran aun más expresivas que el desborde. Grimaud no persigue la perfección técnica, o, para decirlo de otra manera, busca un tipo particular de imperfección, la misma que podría reconocerse en la corbata floja que adorna el cuello de un dandi. En un video promocional, Grimaud dice que Beethoven es "una bestia". En todo caso, una bestia que, como los lobos que ella ama, se revela como su maestro secreto.

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