domingo, 3 de noviembre de 2013

Isla

ISLA

Estoy inundado de felicidad,
pero nada de aspavientos;
aunque estoy a punto de renacer
no por ello lo proclamaré a los cuatro vientos
ni me sentiré un elegido.
No, sólo que me tocó en suerte,
y lo acepto porque amén de que no está en mi mano
negarme, sería por otra parte una descortesía
que un hombre distinguido jamás haría.
Pues el caso es que mañana,
a las siete y seis minutos de la tarde,
voy a convertirme en una isla,
una isla como suelen ser las islas;
no es el caso andar ahora con precisones geográficas,
baste saber que me convertiré en una isla como todas las islas...
No, nada de sorpresas...
Ya se me ha anunciado que a esa hora
mis piernas se irán haciendo tierra y mar,
que, poco a poco, igual que un andante chopiano,
empezarán a salirme árboles en los brazos
y rosas en los ojos, y arena en el pecho,
y que en la boca las piedras morirán
para que el viento pueda ulular cuanto desee.
Después me tenderé como suelen hacer las islas,
mirando fijamente el horizonte,
también veré salir el sol y la luna
y así, lejos ya de la inquietud
diré muy bajito:
¿Así que era verdad?
Virgilio Piñeira (Cárdenas, Matanzas, 4.8.1912- La Habana, 18.10.1979).

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