domingo, 17 de noviembre de 2013

Judith Shakespeare



La semana pasada en nuestro taller ABRA, hablamos sobre las hermanas. Leímos un precioso texto en el que Borges presenta a su hermana Norah y este texto de Virginia Woolf, "La hermana de Shakespeare", en el que imagina cómo hubiese sido la vida de Judith la hermana de Shakespeare de haber sido tan talentosa como él.

Virginia Woolf, "La hermana de Shakespeare".


La hermana de Shakespeare *

Woolf, Virginia, Un cuarto propio, Buenos Aires, Ediciones Sur, 1980. Traducción de Jorge Luis Borges.





“(...) Hubiera sido imposible, completa y enteramente imposible, que una mujer compusiera las piezas de Shakespeare en el tiempo de Shakespeare. Imaginemos, ya que los hechos son tan difíciles de atrapar, qué hubiera sucedido si Shakespeare hubiera tenido una hermana, maravillosamente dotada, llamada Judith, supongamos. Shakespeare iba, es muy probable –su madre era una heredera-, a un liceo, donde aprendería latín –Ovidio, Virgilio y Horacio- y los elementos de la gramática y la lógica. Era, quien no lo sabe, un muchacho travieso que robaba conejos, tal vez mató un ciervo, y tuvo, antes de lo debido, que casarse con una mujer de la vecindad, que le dio un hijo, también antes de lo debido. Esa aventura lo llevó a Londres a buscar fortuna. Tenía, parece, inclinación por el teatro; empezó cuidando caballos en la puerta.

Pronto consiguió trabajo en el teatro, tuvo éxito como actor, y vivió en el centro del universo, frecuentando a todo el mundo, conociendo a todo el mundo, ejerciendo su arte en las tablas, ejercitando su agudeza en las calles, y haciéndose admitir hasta en el palacio real. Mientras tanto, su bien dotada hermana, supongamos, se quedaba en casa. Era tan audaz, tan imaginativa, tan impaciente de ver el mundo como él. Pero no la mandaron a la escuela. No tuvo oportunidad de aprender gramática y lógica, menos aún de leer a Virgilio y Horacio. Hojeaba de vez en cuando un libro, uno de su hermano, quizá, y leía unas cuantas páginas. Pero entonces, venían los padres y le decían que fuera a zurcir las medias o atendiera el guiso y no malgastara su tiempo con libros y papeles. Le hablaría claro pero bondadosamente, porque eran personas de peso que sabían las condiciones de vida propias de una mujer y querían a su hija. En verdad, lo más verosímil es que la adorara su padre.

Quizá garabateó algunas páginas a escondidas, en el desván de las manzanas, pero tuvo buen cuidado de esconderlas o prenderles fuego. Sin embargo, antes de los veinte años, decidieron comprometerla con el hijo de un vecino clasificador de lana. Dijo a gritos que odiaba el matrimonio, y su padre la azotó severamente. Entonces dejó de reírla. Le rogó que no lo disgustara y no lo avergonzara en aquel asunto del casamiento. Le daría un collar de cuentas y una linda enagua, le dijo; y tenía lágrimas en los ojos. ¿Cómo desobedecerlo? ¿Cómo partirle el corazón? La fuerza de su vocación la impulsó. Hizo un atadito de sus cosas, se deslizó una noche de verano por una cuerda y tomó el camino de Londres. No había cumplido aún diecisiete años. Los pájaros que cantaban en los cercos eran más musicales. Tenía la más pronta imaginación, un don como su hermano para la música de las palabras. Como él, tenía inclinación por el teatro. Se paró en la puerta del teatro; dijo que quería representar. Los hombres se le rieron en la cara. El empresario –un hombre gordo de labio caído- soltó la carcajada. Rezongó algo sobre perros bailando y mujeres representando –no ha mujer, dijo, que pueda ser actriz. –Insinuó- lo que ustedes imaginan. Ella no tenía dónde aprender. ¿Podía acaso buscar su comida en una taberna o rondar las calles a medianoche?

Sin embargo, su inclinación era novelística y quería alimentarse infinitamente de vidas de hombre y de mujeres y del estudio de sus modos de ser. Al fin –porque era muy joven, muy parecida de rostro a Shakespeare el poeta, con los mismos ojos grises y las cejas arqueadas- al fin Nick Greene el empresario se apiadó de ella; un buen día, se encontró encinta y entonces -¿quién medirá el calor y la violencia de un corazón de poeta, arraigado y envuelto en el cuerpo de una mujer?- se mató una noche de invierno y tace enterrada en alguna encrucijada donde ahora se detienen los ómnibus frente al Elefante y la Torre.

Así, más o menos, hubiera sido la historia, me parece, si una mujer en tiempo de Shakespeare, hubiera tenido el genio de Shakespeare. Porque el genio de Shakespeare no nace de gente de trabajo, ineducada y servil. (...)”


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