ALGO RESENTIDO DE ESTE PIE
De Mercedes Cebrián
Cuento extraído de su libro de relatos y poemas El malestar al alcance de todos publicado en marzo de 2004 por Constantino Bértolo en su nuevo sello editorial Caballo de Troya.
Salgo con un hombre desde hace seis meses. Es cojo. Él no me lo ha dicho así de viva voz pero no hace falta ser un lince para darse cuenta. Lleva un alza en el zapato derecho; discreta, de, no sé, como tres dedos. Es un hombre muy inteligente: da clases en la escuela diplomática y está especializado en relaciones hispano-francesas. Se formó en Dijon, donde la mostaza esa que pica, porque sus padres tuvieron que emigrar a Francia. De ahí su nombre, Floreal, que es el equivalente al mes de abril o mayo en el calendario republicano francés. Eso me explicó, yo no tenía ni idea. Aprendo mucho a su lado, me cuenta un montón de anécdotas y curiosidades, pero lo que es de sí mismo y de sus sentimientos habla más bien poco.
Le conocí aquí en Madrid, en una cafetería de las de ir a merendar con alguien. Yo estaba allí sola comiéndome un cruasán plancha y me fijé en él y en su mesa llena de papeles emborronados. Tenía pinta de existencialista parisino que se hubiera equivocado de local o incluso de ciudad. A veces miraba a su alrededor, parecía esperar a alguien que no llegaba y como a mí me ocurría más o menos lo mismo, que llevaba más de un año sin que apareciera nadie, pues me atreví a acercarme. ¿Qué escribes?, le pregunté, y él que pensamientos, impresiones a las que luego daba forma. Si trabajo un poco más estos textos es fácil que me los publiquen, ya estoy en conversaciones con una editorial, me dijo. Le miré con pupilas de cómic manga: Oooh, así que escritor. Yo soy profe en la facultad de pedagogía, le dije. Acabo de publicar mi tesis, La función del dibujo animado en el aprendizaje, pero esto último no quise mencionarlo en ese momento, a los hombres no les suele gustar que les abrumen con saberes ajenos. Dio resultado, gracias a mi discreción fui premiada con la oportunidad de quedar con él otro día, y después otro más, y otro.
A veces se muestra arisco, o eso me dicen mis amigas: Tu chico nuevo es un pocoooo (tardan en encontrar el término pero al final lo dicen) arisco, ¿no? Y no es eso, es que es cojo y al pobre le acompleja bastante. Para mí está claro pero Paula y Carmen no lo ven así. Qué tendrá que ver, me dicen. Pues claro que tiene que ver; cuando uno está acomplejado por algo, cree que los demás sólo se fijan en eso y su temor les hace estar siempre a la defensiva. A mí me pasaba de pequeña, cuando tenía que llevar el parche ese horrible en el ojo para corregirme la vista. E incluso ahora sigo teniendo mis neuras raras, por ejemplo con lo de las arañas, que les tengo verdadero pánico aunque a mí no me importe reconocerlo ante los más allegados. Por eso me enternece Floreal, me llama la atención su ego tan frágil, tan de azúcar caramelizado que al hacerle crij crij con una cucharilla enseguida se quiebra. Yo por supuesto nunca he osado sacar el tema: sé que él lo esquivaría como pudiese, a pesar de tratarse de una cosa tan tonta, de una leve cojera. Es cierto que debido a su inseguridad a veces se pone un poco agresivo si las cosas no están a su gusto, y sé que a Paula no se le olvida lo que pasó cuando ella metió un rato el vino tinto en el congelador en una cena que hicimos. Le montó una: que te has cargado el vino, que un tinto crianza frío es totalmente inexpresivo y pierde frutosidad, que eres una ignorante. En fin, tuvimos que sufrir un rato la cólera del enólogo, pero no fue para tanto.
Con mucha paciencia he llamado a la puerta blindada de su vida y he ido entrando en ella poco a poco cuando él me dejaba algún resquicio, adaptándome a sus rarezas y aceptando la presencia silenciosa de su cojera. Pero no he sido yo la única que ha tirado del carro; él, que jamás se quedaba a dormir en mi casa y no ponía buena cara cuando yo decidía amanecer en la suya, me propuso irnos de puente a París el mes pasado. A mí me apetecía más una de campo, una de Heidi y Pedro triscando por el monte, pero él se empeñaba en que mejor ir a una ciudad, a un sitio donde se pudiera pisar zona urbana y ver arte contemporáneo. Yo al principio no entendí por qué, a veces hasta se me olvida lo de su pierna, como no lo menciona. Luego caí en la cuenta y por eso le respeté. Veo que se cansa si anda mucho, y más en terrenos irregulares, por eso en París hicimos muchos planes de estar sentados tipo Café Flore, últimos estrenos de cine francés, cenas con velitas y cosas por el estilo. Él estaba en su salsa traduciéndome el menú en los restaurantes y enseñándomelo todo en plan Te voy a llevar a un sitio que ningún turista conoce, vas a ver, y yo, aunque ya había estado dos veces en París, no quise quitarle la ilusión, se le veía tan contento en su faceta de cicerone.
Además, igual el calzado deportivo o campestre no admite las alzas, o por lo menos eso me pareció al abrir su armario a escondidas y ver los siete u ocho pares de zapatos que tiene. Todos parecidos: negros o marrones, con o sin cordón; el típico zapato clásico de padre o de notario pero con su alcita correspondiente. Y ni rastro de zapatillas de andar por casa o de calzado informal de cualquier tipo, con lo que a él le gustan las nuevas tendencias en todo. Claro, a ver cómo se le coloca un alza a unas chanclas de goma de playa, supongo que habrá que ir a un zapatero especializado y ese zapatero, ¿tendrá suela de goma de colores? Quizá Floreal tenga su alcista particular, Ibáñez e hijos, maestros alcistas desde 1917. Es curioso hasta qué punto pueden condicionar unos zapatos la vida de alguien.
* * *
La gente rumorea que no nos va bien desde que vivimos juntos, pero puedo asegurar que no es así. Los roces de la convivencia son normales, y más con un hombre tan peculiar como Floreal. Es verdad que ahora, como quiere terminar su libro, está siempre delante del ordenador y a veces se pone un poco intransitable. Cuando voy a hacerle carantoñas me hace sentir infantil, pero no puedo evitar acercarme a él mientras escribe, taparle los ojos y preguntarle un obvio Quién soy mientras le doy mordisquitos en el cuello. Total para recibir siempre su chasqueo de lengua y su cara de Papá está trabajando, no le molestes.
Yo sé que lo dicen por lo que pasó hace dos semanas. Estuvimos jugando al Trivial en casa de Paula, la del vino tinto inexpresivo. Estaba su novio, Santi, y también mi amiga Carmen con el suyo. Decidimos hacer dos equipos: chicos contra chicas. A Floreal le tocó con Santi y Paco, que son bien majos pero que todo apunta a que escriben echar de menos con hache y son en parte responsables de los malos resultados en las encuestas sobre hábitos de lectura. En cambio las chicas éramos imbatibles. Las de ciencias las contestaba Carmen (¿cuántos tentáculos tiene el calamar? Diez. Correcto), yo las de historia y literatura y Paula resultó ser un hacha en espectáculos. Sólo flaqueábamos en deportes. El equipo de Floreal iba perdiendo al principio, tenían dos quesitos de plástico mientras que nosotras, por mi buen papel en una sobre la guerra fría, llevábamos el doble. Luego remontaron, en parte gracias a Santi y Paco que controlaban de ciclismo y de En qué año ganó tal equipo la copa de Europa. Una vez que todos nos habíamos hecho con los seis quesos, empezó la pugna por alcanzar el centro del tablero. Ellos llegaron antes que nosotras y, cuando ya estaban en el momento final, el de responder correctamente a todo un lote de preguntas, les tocó una de las qué sólo Floreal sabía (¿Cuál fue la última obra que escribió Molière?) y perdieron. No era El Misántropo sino El enfermo imaginario.
Al volver a casa, Floreal salió a la terraza a fumarse un cigarro. Estaba insufrible, no había quien le hablara. Yo, mientras, me fui a la cocina a hacer una ensalada César, con picatostes, bacon frito y esas cosas, pensando que para olvidarse del berrinche le apetecería cenar algo rico (los hombres funcionan a veces como los niños, cogen rabietas tontas pero con una piruleta se les pasa). Cuando acabó vino hacia mi y me abrazó por detrás, como yo suelo hacerle a él. Me dio un amago de beso, me metió la mano por debajo del jersey y me dijo Toma campeona, que te lo has ganado.
El alarido que di se oyó en todo el barrio, por eso vinieron los vecinos de enfrente con cara de querer asistir a un caso de malos tratos para luego decir por la tele Cómo pudo ser capaz de eso, un hombre tan educado. Se decepcionaron al no ver ojos morados ni contusiones, y como yo no podía hablar por el sofoco, él les explicó todo quitándole importancia No se preocupen, es que ha entrado una araña en la cocina y a mi novia le asustan tanto los insectos que se ha puesto histérica la pobre.
Cuando se fueron me dijo que mis amigas y sus novios eran una panda de analfabetos y que no quería volver a verles, que en lo sucesivo o salíamos los dos solos o quedábamos con su gente, que la verdad, aunque yo soy bastante abierta, me parecen todos una panda de engreídos acartonados.
Después de aquello hemos estado varios días sin hablarnos. Ahora las aguas han vuelto más o menos a su cauce, pero sí que he aprendido algo importante: que la gente acomplejada puede llegar a ser muy cruel. Yo no lo quería asumir pero es así. De todas formas, he aceptado sus condiciones. Ahora siempre vamos solos o con sus amigos, y a los míos los veo yo luego por mi cuenta. A pesar de todo no le guardo rencor y quiero que la gente lo sepa para que dejen de chismorrear. Es más, hoy, como era su cumple, le he montado una fiesta sorpresa en casa. Al llegar de trabajar y encender la luz se ha encontrado las paredes cubiertas de guirnaldas multicolores, la mesa puesta con un montón de viandas ricas y hasta una tarta con sus 36 velitas. Han venido mis amigas Paula, Carmen y dos o tres más con sus parejas y allí estábamos todos esperándole en el salón, y en medio su regalo: una caja cuadrada enorme con un envoltorio plateado y un lazo rojo brillante, como el paquete ese explosivo que lleva siempre el pitufo bromista en los tebeos. Me he gastado un dineral pero no importa, la ocasión lo merecía. Le he comprado unos zapatos preciosos, de superdiseño italiano. Son de cuero verde botella con apliques de nylon y un cierre de velcro negro que les da un aire futurista. Y bueno, la suela es chulísima, medio transparente con dibujos raros como de caligrafía china. Al pisar dejan una huella huecograbada que pone Number One. Supuse que le gustarían, como se pirra por lo vanguardista. Cuando abrió el paquete le dije: póntelos, Floreal, póntelos ahora y déjame ver cómo te quedan. Venga, hombre (mi amiga Paula también insistía) anda un poco con ellos en plan desfile de moda, ¿qué pasa, es que no te gustan? Y allí todos coreando como en las bodas Que se los ponga, que se los ponga. Yo, al verle la cara dudosa le dije Oye, si prefieres otro modelo se pueden cambiar sin ningún problema, eso me han dicho en la tienda. Pero la verdad es que sería una pena porque son de una piel buenísima, muy blandita. Espero que no le hagan daño.
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