Desde Lima, un relámpago de azul-cielo o azul-mar en nuestra mente o en nuestro corazón que ansían la belleza. Cuentos, poesía, música, cine, reflexiones, teatro, viajes, fotografía, entrevistas, danza y más.
domingo, 17 de noviembre de 2013
Se busca un padre
[Se busca un Padre]Renato Cisneros
Vas al teatro y, al salir, sientes que mutaste. Que una parte de ti se quedó desparramada entre las butacas y que una parte de lo que sucedió en el escenario se coló en tu organismo, como un virus que en breve adquirirá peso y forma, como una incómoda certeza que pronto tendrá nombre.
Eso me ocurrió luego de ver “Padre Nuestro”, la obra donde Mariana De Althaus enhebra con maestría y corazón los testimonios de cuatro actores acerca de su condición de hijos memoriosos, de padres novatos, de hombres que han crecido en un Perú convulsionado, acostumbrándose a lidiar con distintas representaciones del poder. Pero resulta que estos actores no actúan. O no del todo. Son cuatro sujetos —Omar García, Giovanni Ciccia, Diego López, Gabriel Iglesias— que, sin alterar su identidad, comparten una historia íntima y biográfica que no tarda en perturbar a los asistentes, básicamente porque también ellos alguna vez han vacilado con esa misma incertidumbre y han experimentado ese desarraigo tenaz.
Esto no es teatro clásico, es más bien teatro de autoficción (o lo que en literatura llaman Autobiografía de alto nivel, Realismo Meditativo o Realismo Interior), y la verdad es que el resultado conmueve por la generosidad y valentía con que los actores se abren las venas delante del público, pero también por la sutileza con que De Althaus plantea en el subtexto la urgencia social de curar vínculos con el entorno nuclear.
En un país donde nos horrorizamos ante el parricidio criminal pero paradójicamente desatendemos la orfandad que lo engendra —orfandad de modelos, orfandad de inspiración, orfandad de memoria, orfandad de afecto, orfandad de amparo, orfandad de justicia, orfandad de perdón— “Padre Nuestro” deja de ser solo una pieza teatral y se presenta como una obra humana y política que nos empuja —como hijos y ciudadanos— a explorar el origen de lo que somos en un viaje que solo es doloroso porque es imprescindible.
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